A Francisco, y con toda la razón, le debió parecer claramente insuficiente el comunicado del jueves 16 de agosto con el que la Santa Sede manifestaba «dolor y vergüenza» ante el descomunal escándalo de la pederastia clerical en el estado norteamericano de Pensilvania. El tono del mismo era, sin embargo, muy duro : «Los abusos descritos en el informe –afirmaba el portavoz vaticano Greg Burke– son criminales y moralmente reprobables. Estos hechos han traicionado la confianza y han robado a las víctimas su dignidad y su fe».