Andrés Calamaro dividía a la critica rockera con Alta Suciedad (1997). A algunos le parecía demasiado afectado, arrogante y petulante, como un Derek Zoolander criado en Buenos Aires. Los prejuicios eran tales que se le había excluido de dos lugares que le correspondían por su enorme talento musical (y su enorme clase): la portada de las revistas mensuales Rockdelux y la de Ruta 66, los dos templos del esnobismo musical más influyentes de aquella época. Aunque hoy cueste creerlo, se le miraba por...