El primer sentimiento que te asaltaba estos días escuchando y leyendo a los que deben a Pedro Sánchez columnas y manutención es el de la benevolencia. Sin duda este era uno de esos momentos en los que había que demostrar que uno se viste por los pies. O que el ridículo es un precio razonable a pagar si lo que está en juego son las lentejas. Pero una vez superada la conmoción inicial, asimilado el sonrojo provocado por la puerilidad destructiva de la “carta a la ciudadanía”, la benevolencia se transformó en incredulidad...