Valentina surge de la nada entre los cascotes de su calle de Malotaranivka, un barrio de Kramatorsk, observando la sangre que le gotea de la mano y casi molesta por su torpeza. «No es nada, no se preocupe», dice chasqueando los dientes. «Es imposible no hacerse daño entre estas ruinas», protesta mientras escala y desciende montículos y repasa con la mirada el dantesco escenario en el que se ha convertido su calle, hace pocos días una zona residencial de la capital administrativa del Donetsk ucraniano...