Vengo observando con tristeza y preocupación cómo muchas instituciones históricas de nuestro país se resisten a abrir el juego. Cuesta incorporar personas jóvenes, mujeres, diversidades a sus mesas de decisión y hasta entre sus integrantes y asociados. Es un patrón preocupante que no solo retrasa el progreso, sino que limita el impacto positivo que estas organizaciones podrían tener en nuestra sociedad.
Cuando desde nuestros espacios proponemos ideas o sugerimos innovaciones, nos tratan de insistentes o incluso de patoteras.