La otra noche, en una gala de etiqueta en Mar-a-Lago, el presidente argentino Javier Milei no pudo contenerse. La reunión había sido organizada para celebrar la elección de su hombre, Donald Trump, y nadie iba a superar a Milei. Giró, se giró, se balanceó, dio abrazos fraternales, hizo el signo de pulgar hacia arriba (a veces uno, a veces, para enfatizar, dos) y sonrió ampliamente mientras las cámaras disparaban los flashes.
Temprano a la mañana siguiente, cuando lo llamaron para dar un discurso...