Cuando el pasado 22 de junio el primer ministro británico, Rishi Sunak, anunció la convocatoria de elecciones para el 4 de julio bajo un monumental aguacero (demasiado intenso incluso para los londinenses), los más agoreros entendieron que estaban ante una señal del cielo. Y las señales hay que saber leerlas: la lluvia, que dejó al líder conservador totalmente empapado, era el anuncio de que se avecinaba una suerte de diluvio universal para los tories que se iba a llevar todo por delante. Y así ha sido.