Billo Frómeta, el maestro que hizo bailar a varias generaciones de latinoamericanos, estaba agotado, pero emocionado. Uno de su sueños estaba por cumplirse: dirigir la Orquesta Sinfónica de Venezuela.
Para alguien que amó Caracas, el recinto no podía ser más majestuoso: el Teatro Teresa Carreño.
Los músicos tenían las partituras, que él había preparado meticulosamente para cada instrumento, de su obra: «Un cubano en Caracas».
Se ubicó en la tarima y comenzó a dirigir el ensayo general.