No hay liderazgo bueno sin ideas claras. Por eso no se puede convalidar el nihilismo con el que actualmente se quiere abordar la política venezolana. No es cierto que cualquier posición tenga el mismo valor y tampoco lo es que cualquier decisión que se tome provoque resultados equivalentes. La nueva generación de dirigentes está demasiado acostumbrada a que le compren como buenas los juegos de palabras, las reinterpretaciones de los conceptos y la ambigüedad declarativa que luego les permite tener salidas supuestamente honorables.